«Mi primera vida, quizás por ser la más profunda, es también la que más me duele. Es tanto la más difícil de recordar, como la que más me cuesta integrar»
Oskar dice que está bien que me centre en la historia de mis sueños… a la que he titulado «El Sueño del Huérfano», pero que me ayudará si, de vez en cuando, voy escribiendo también sobre otros asuntos.
«Siempre existe alguien diferente, alguien que, por no asemejarse al resto, se le tacha de raro, o incluso de loco. Ese alguien… podría cambiar tu vida»
Así era Solem Montoro, una localidad que, a pesar de sus posibles defectos, era realmente serena e inspiradora; y sobre todo imponente, única en muchos sentidos, pero básicamente gracias a la magnitud y grandeza de su bella ubicación, y a la peculiar rectitud y nobleza de sus gentes. Y aunque su comunidad experimentara a menudo el agotador ajetreo de sobrevivir por si misma, la vida en la aldea se podía describir como tranquila, sencilla y alegre.
«Un forastero era siempre sinónimo de preguntas, y apenas unas cuantas eran necesarias para desmoronar los enigmas que sustentaban aquel estricto credo»
Del mismo modo, el Santuario tampoco era proclive a recibir extranjeros… quizás debido a la presión de ocultar tantos secretos: un forastero era siempre sinónimo de preguntas, y apenas unas cuantas eran necesarias para desmoronar los enigmas que sustentaban el estricto credo que todos cumplían a rajatabla. De reconocerse la ignorancia de los Eruditos, se perdería también toda su reputación y, con ello, su poder.
«Solem Montoro se había erigido en una sociedad colectiva en la que a nadie le faltaba de nada»
A pesar de la presencia de tan encubiertos enigmas, Solem Montoro se había erigido en una sociedad colectiva en la que a nadie le faltaba de nada. Todos trabajaban para todos, y lo que no pudieran adquirir por ellos mismos, los Eruditos se ocupaban de conseguirlo.
Así pues, los aldeanos disponían de fruta y hortalizas en el mercado, alimentos que ellos mismos conreaban en sus pequeños huertos y cultivos, además, la caza era abundante, pues dentro de los límites de sus bosques se escondían numerosos animales y especímenes de todo tipo y para todas las preferencias.
«En el pasado existió un Pacto en el que la raza de los humanos juró fidelidad eterna a los Dioses, gloriosos e inmortales hasta el fin de los tiempos»
Al principio, la mayor parte de Eruditos albergó dudas acerca de la autenticidad de aquel vaticinio, pero ninguno se arriesgó a cuestionar dicha creencia, y menos aun a plantear públicamente si no sería todo una gran farsa. De este modo, ante la incapacidad de asumir simplemente su ignorancia, todos los Eruditos acabaron creyendo fielmente en lo que había sido profetizado… en lo que, de tanto repetirlo, se creyó que había sido profetizado, aun sin saber cuál había sido su origen ni preguntarse por su profeta.
«Los Eruditos solían ser varones de avanzada edad que se hacían conocer y respetar por sus conocimientos en todo tipo de artes, ciencias y doctrinas»
Los habitantes de Solem Montoro salían cada mañana de sus casas —al parecer sobre las cinco o seis de la madrugada— para rendir pleitesía a la vasta prominencia que encumbraba su divino cielo. La edad permitida para empezar a honrar al dios del pueblo iba desde los cinco años hasta que alguien era considerado lo bastante viejo como para no poder hacerlo. Oraban día tras día, año tras año, e incluso generación tras generación.
«Solem Montoro era una tranquila aldea construida al pie de una gran montaña y rodeada de millas y millas de bosque«
Solem Montoro era un pequeño pueblo que había sido construido al pie de una gran montaña por algunos miembros de un clan procedente de Jótland, en Danmark; se trataba de una tranquila aldea rodeada de millas y millas de bosque, no muy lejos de las Ciénagas de Cuervosa. Un caudaloso río cuyo cauce nunca secaba cruzaba sus bosques, por lo que sus moradores gozaban de toda el agua que quisieran. Pero si había algo que abundara más que el agua y los árboles en aquella tierra, sin lugar a dudas eran los misterios que la rodeaban.